El progreso de las mujeres rurales no puede ser solo medido en términos económicos o de modernización tecnológica; debe estar profundamente ligado a su bienestar físico, mental, emocional y social. Si el desarrollo no contribuye a mejorar la calidad de vida de estas mujeres, su salud y su sentido de pertenencia y satisfacción, entonces no es un verdadero progreso.